Cada cien años la ciudad aguardaba aterrada la llegada de la luna roja. Este, no era un simple fenómeno astronómico, era el anuncio de una noche en que los velos entre el mundo físico y los planos arcanos se debilitaban, y la energía mágica contenida durante siglos, fluía sin control, y criaturas mágicas y de poder oscuro amenazaban con invadir la ciudad
Los sabios llamaban a este evento el despertar.
Esta ciudad había sido fundada sobre un cruce de líneas de poder ocultas, y cuando la luna roja ascendía, esas fuerzas despertaban transformando la ciudad.
Al caer la tarde, las campanas resonaban y los ciudadanos prudentes se encerraban en sus casas. Solo los magos, caballeros o eruditos, se atrevían a caminar bajo el cielo teñido
Entre ellos estaba Norman, astrónomo de la Torre de los Cielos, quién años atrás había viajado a la selva en busca de respuestas. Allí encontró, entre los restos de una antigua expedición, una mochila pesada que contenía el resultado de las observaciones de unos exploradores desaparecidos: una escama gigante e iridiscente de origen desconocido, que parecía contener en su estructura, la clave para interpretar las energías arcanas de la luna roja.
Norman había estudiado la escama durante años y había descubierto que combinada con las posiciones celestes podría alterar los ciclos que aquella luna desataba durante el despertar
Cuando la luna roja se alzó, la ciudad entera cambió. Los muros de piedra se cubrieron de runas brillantes. El agua dejó de emanar de las fuentes, que ahora exhalaban una niebla dorada, y las estatuas abrían sus ojos de piedra. Los tejados, las calles e incluso el aire, vibraban con un poder mágico ancestral
Comenzaron a surgir de las grietas profundas y los rincones obeliscos vivientes: gigantescas criaturas arcanas de cuerpos sinuosos, revestidos de escamas pétreas. De sus fauces emergían colmillos inmensos, gruesos como columnas, que brillaban con un fulgor interior.
Se desplazaban rápidamente enrollándose en calles enteras. Sus ojos luminosos se guiaban atentos, con los signos de los cielos. No eran fácilmente combatibles. Sus escamas parecían inmunes a la magia y su sola presencia distorsionaba la energía
Junto a ellas, surgieron también de las grietas del empedrado, las serpientes plumíferas, de escamas verdes iridiscentes y alas de plumas amarillas y azules. Se desplazaban por el aire girando en espirales alrededor de criaturas mayores y emitiendo algunos silbidos que sonaban a cánticos antiguos.
Norman con la escama gigante en una mano y su cuaderno de constelaciones en la otra, descendió desde su torre. A cada paso, la geometría de la ciudad cambiaba. Las criaturas parecían marcar una ruta oculta que solo un astrónomo experimentado podría interpretar
Avanzaba con cuidado, observando las posiciones celestes reflejadas en la estructura iridiscente de la escama, cuando una de las más colosales serpientes giró sus ojos hacia el. Antes de que pudiera reaccionar, un torrente de energía mental lo golpeó. Norman cayó de rodillas. Su mente se inundó de visiones extrañas, voces sin forma. Algo dentro de su cerebro se quebró.
Con los ojos enloquecidos, y el cuerpo debilitado y tembloroso, Norman prosiguió guiado por su obsesión y logró llegar al lugar hasta donde las criaturas lo habían parecido guiar: el viejo observatorio central.
Allí, sobre un pedestal tallado, colocó la escama en una plataforma circular, alineándola con precisión según los patrones estelares. Entonó a duras penas, con movimientos espasmódicos, unos cánticos estelares que había aprendido y la escama comenzó a vibrar, emitiendo un resplandor que se extendió por toda la ciudad. De algún modo, entre la locura y la lucidez, logró activar la frecuencia, y el flujo caótico de la luna roja comenzó a desvanecerse.
Cuando los primeros rayos del sol abrieron la mañana, las criaturas arcanas desaparecieron en sus grietas y sus planos ocultos. La ciudad regresó a la normalidad, pero Norman ya no volvió a ser el mismo. En su torre enloquecido, pasaba los días y las noches contemplando las estrellas con su mirada vacía y murmurando palabras incoherentes. La ciudad respiraba aliviada pues la luna roja no volvería a manifestarse en el futuro. Norman embebido en su locura, había conseguido alterar su ciclo para siempre
Hola finil, que buen relato. Me gustan estas historias, la luna roja o luna de sangre, igual no es buena idea haber roto su ciclo, aunque claro, que tener un obelisco por la ciudad tampoco es buena idea.
ResponderEliminarMe ha recordado lo del obelisco a Harry Potter.
Un abrazo rojo, sin obeliscos🌹😘