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27 abril 2025


                      LOS DUELOS DEL HONOR

                ENTRE LA ESPADA Y LA PALABRA

    En el más florido y apacible de los siglos pasados, cuando la nobleza de corazón y la espada de acero definían a los hombres de valía, no había alma en la España de entonces que no considerase su honor como la más excelsa de sus joyas. Tan inmaculada y preciada como la misma luz del sol

    En aquel tiempo de espadas que cantaban y palabras que volaban, de duelos y desafíos, el orgullo del hombre se medía en sangre derramada.

    Muchos se preguntarán acaso, si tales lances y combates pertenecen solo a la ilustre leyenda o fueron tan reales como los molinos de viento que el noble caballero Don Quijote confundía con gigantes. La respuesta no se halla en la duda. Se halla en el eco de los siglos, donde las espadas brillaban más que las plumas, y la lengua afilada no solo pertenecía a los poetas, sino a los hombres más valientes

    Un hombre de honor no podía permitirse que su nombre fuera mancillado sin enfrentarse a la deshonra. Y en este juego de vida  y muerte con espadas desenvainadas, se erguían figuras que compartían la nobleza y los valores de la época.

    Como es bien sabido por los hombres de letras y de honor, Quevedo no fue un hombre que callara ante las afrentas, y más de una vez se vio arrastrado por el fuego de la ira a desafiar.

    Si de nobles hablamos, el Duque de Osuna veía en el honor una causa tan sagrada, que no dudaba en empuñar una espada ante el más mínimo desafío.

    Ellos, con el valor de los antiguos caballeros, no cedían ante la ley ni la prudencia, pues el destino les había dado otro propósito: defender su nombre a toda costa, sin importar el peligro que acecharan y para ellos, no había mayor enemigo del honor, que la humillación. Y más reconocimiento que salvar la honra perdida.

    Una ley  se entrometería en estas nobles tradiciones aboliendo los duelos por la dignidad. Y así, lo que fue parte de la gloria de muchos caballeros, pasó a ser una leyenda más de un tiempo que ya no volvería.

    El fin de los duelos fue terminar con la violencia y la furia que regían las armas y las almas de los poetas y caballeros. Aunque algunos siguieron luchando con la palabra, pues no hay mejor combate que el que se libra en la mente, el que deja cicatrices invisibles, pero profundas.

    Y así, como diría el valiente de la mancha, que alzó su lanza para luchar contra un mundo lleno de injusticias, nuestros caballeros de honor,  lucharán por la pureza de sus nombres, aunque las espadas ya no se crucen en el campo de batalla. Quizás las batallas se libran en otras arenas, y aunque la ley acalló las espadas, el corazón del hombre sigue ardiendo con el fuego de su orgullo y su deseo de justicia.

    Los duelos de antaño, ya no son más que polvo en el viento, pero el anhelo de defender lo que uno considera digno, permanece intacto, recordándonos que el mayor honor, a veces, no es el de la victoria, sino el de mantener la dignidad frente a la adversidad

    Y tras tanto divagar sobre caballeros y espadas, se alza una duda en el corazón de esta pobre escribiente: acaso hemos de vivir en esta época, tan llena de palabras hirientes y ofensas sin razón, como si fuéramos meros combatientes de causas que no entendemos?

    Los ofendidos de nuestros tiempos, aquellos que se hieren con cualquier palabra, comic, anuncio..los que se escandalizan con una leve imagen; aquellos que parecen haberse convertido en los nuevos caballeros de una lucha sin sentido, luchan como sombras de una era pasada, buscando enemigos donde no los hay. Con la espada del reproche en alto, siempre a la caza de algún agravio real o inventado, olvidando que la verdadera nobleza no radica en defenderse de todo, sino en ser capaces de reírse de uno mismo y de reconocer que no todo ataque es una ofensa, ni todo desacuerdo una batalla perdida

    Bien haríamos en discernir la verdadera lucha: la que se libra con la mente, no con palabras vacías de furia, sino con el entendimiento y la comprensión de que el mundo no es nuestra arena para imponer nuestra voluntad, sino un lugar donde cabe todo, incluso lo que no entendemos.